22 feb 2022

22-02-22 🌟

Te mandé un mensaje corto en la puerta:
“Hola buenos días
Cómo estás? Te quería avisar que yo estoy acá
Ahi te mando audio” 10.13 am

“Hola morocha linda 10.14 am
Como estas 
Donde estas
Bajo
Ahi”

Creo que ambos estábamos flotando ante el inminente momento. Esa mañana todo conspiró para que fuera perfecto. Mientras bajabas le mandé el emoji código a todas mis amigas para que supieran que el simulacro que habíamos ensayado tantas veces cuando hablábamos de nuestro reencuentro y cómo iba a comunicárselos,  estaba ocurriendo en ese preciso instante. Comenzaron a llegarme sus respuestas con la ansiedad propia de saber ¿cómo, cuándo, dónde?, no les respondí, se me salía el alma del cuerpo. Me latía tan fuerte el corazón que no podía respirar en esas fracciones de segundos en que bajaste.
Mire y te ví del otro lado de calle Rivadavia. Te vi entre los autos, imagínate la escena: ¡Te vi por encima de los techos de los autos! Me hiciste señas donde me indicaste que caminara hacia el cruce peatonal.

Ambos caminamos juntos a la distancia de una calle de separación, hacia el cruce peatonal y no se qué pensaste porque tampoco se qué pensé yo. Creo que sobrevino el silencio absoluto otra vez..

Crucé y me esperabas paciente al otro lado de la vereda, crucé con el semáforo en rojo rogando no tropezarme con mis propios pies, sosteniendo fuerte mi cartera mientas a la vez me hacía la superada, la despreocupada, poniendo un paso sobre el otro mientras pensaba que hacía 1 año y un poco más desde la pandemia que no usaba tacos altos y cómo me había parecido una buena idea estrenar un par justo para verte.

Me recibiste con una pregunta reproche (como la vez primera!): “¿Qué haces que no tenés puesto el barbijo vos? ¿No le tenés miedo al COVID?”, “Soy (mi nombre y apellido) no le tengo miedo a nada, a diferencia de otros”, contesté chucara, igualmente de nerviosa que vos, chicaneándote para sortear el momento de unirnos en un beso en la mejilla protocolar y soso cuando en realidad nos moríamos de ganar de comernos a besos en la vía pública. 

Nos unimos y fuimos caminando hacia el edificio, en el medio paraste a un vendedor ambulante entrado en años, le dijiste que estabas trabajando en lo que le habías hablado, me sonreí (internamente) porque se que es verdad aunque no sepa de qué trata y se que es verdad porque eso haría mi hombre. No te pregunté, estaba en silencio, adentro y afuera.
Subimos al ascensor y tampoco recuerdo lo que pensé. Silencio total mental. Vos hablabas con un tipo que me lo presentaste y no recuerdo ni su cara. Eso si, te sigue encantando decir mi nombre y apellido porque me presentaste a todo el mundo una vez más, diciendo mi nombre y apellido. No me importaba NADIE. Le di la mano a todos y creo que ni siquiera sonreí. Tan poco habitual en mí. 

Finalmente entramos a tu oficina y me sentí como en mi casa. Aunque era la primera vez que la visitaba. Dejé mi cartera en tu sofá. Me saqué el blazer color beige y lo colgué. Me ofreciste sentarme y agua, té (!). Me gustó porque me ofreciste dos sillas, dos ubicaciones distintas, a mi elección. Una era la tradicional, del otro lado de tu escritorio, y la otra, estratégica, al lado de tu escritorio, más cerca tuyo. Mi elección fue fiel a mis sentimientos, fiel a quien soy, transparente y apasionada a la vez, elegí la silla que estaba más cerca a vos.
 

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