25 feb 2022

Te diste cuenta y creo que fue la primera señal que estaba ahi por vos, no por la reunión.

Comenzamos a hablar de trivialidades y vos hablabas mucho y muy rápido. Me miraste y elegiste comenzar la conversacíón con un: “te veo muy bien”, yo que con las sutilezas no me llevo bien no atiné ni a decirte gracias. Me lo volviste a decir por si no había escuchado (si había escuchado), me dijiste que se notaba que me cuidaba, que estaba muy bien, enfatizando el “Muy”. Yo te observaba en silencio mirándote a los ojos. Ante tu insistencia de buscar una respuesta mía que no llegaba ni mostraba mi interés, agregué un: “vos también”. Nada más. Mi única frase. Pero estabas hermoso con esa camisa blanca con detalles y tu pantalón beige (recién a la tarde me di cuenta que estábamos vestidos iguales)

Te obaservaba en silencio. Como hago cuando estoy con vos, te escucho hablar en completo silencio…

Vos hablabas. Llenaste el espacio de frases sin conexión entre sí. Me contabas que habían perdido tu carnet de vacunación, que el tráfico de provincia a provincia, que no habías firmado aún un documento clave, que el acuerdo … y te frené.

-“¿Estás nervioso?”, te pregunté en seco, de la nada.

-“¡No!”, me respondiste sintiéndote descubierto, desnudo, “¡Qué mierda voy a estar nervioso!”, agregaste intempestivamente, parado, con tus dos metros 4 centímetros  desencajado, sin saber dónde meterse y allí me di cuenta que no estaba errada, estaba percibiendo y leyendo claramente tu interior.

“Estás diciendo muchas giladas juntas”, te dije sonriéndote irreverente, consciente de mis palabras,  quitando el velo sin demora, sin piedad. 

La venganza escorpiana no tardó en llegar. Mientras hablábamos me moví naturalmente unos centímetros apenas hacia adelante acomodándome en mi silla y ahí agazapado espetaste casi como un rayo, un grito de desahogo: 

NO TE ACERQUES MÁS QUE NO ME PUEDO CONTROLAR”, ante mi total sorpresa porque yo sólo me estaba acomodando y la silla tenía rueditas. La silla se había ido sola hacia adelante. Pero esa frase cambió totalmente la atmósfera, habías decidido tomar el toro (o sea vos mismo) por las astas y recobrar tu protagonismo masculino. Me desarmó.

La frase y el ímpetu al decirla me interpeló. Me sentí intimidada, me confundió, literal como soy  no entendía si querías que me alejara de vos y como una níña inocente te dije que no había sido mi intención y retrocedí. Pero algo me llamó a mi lugar mientras lo hacía, me di cuenta que no, que no me iba a ir hacia atrás porque tal y como si fuera una metáfora de nuestra relación no iba a dar un paso en retroceso nunca más. “Hacete cargo de lo que te genera y bancatela, como hice yo todo este tiempo”, te dije brava. 

Y ahí comenzó la verdadera reunión, la verdadera conversación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Las palabras nunca son inocentes