No se si anteriormente he escrito con este titulo, no me voy a molestar tampoco en buscarlo.
Estoy bien y calma, el azote está afuera. Lluvia, viento, sudestada.
“Sudestada” es una palabra que me atrapa. El fenómeno climático como tal, también.
Estamos enfrentando nuevamente, como un deja vu, una segunda fase de la fase 1 en Argentina y no puedo evitar preguntarme cuántas otras cosas pasan a revisión nuevamente en esta forzada cuarentena que insisten en llamarla de otra manera.
Por mi parte creo que el concepto de mi propia familia. En la primera mi abuela vivía y mi frágil relación con el vínculo materno pendía de hilos y redes conectados todos a una gran máquina artificial llamada Internet. Hoy, deliberadamente y luego de una actitud valiente de mi parte de permitirme al hastío y levantarme de la mesa, ya no hay excusas. Los cables los desconecté y más luego de haber pasado por una operación de riesgo como la que atravesé luego.
Nunca me llevé bien con la gente que necesita jugar el rol de víctima, me aburre, y sobre todo me cansa.
Tampoco aguanto mucho el duelo permanente, y no tengo nada contra quienes hacen del duelo un modo de vida, el tema es cuando buscan que yo los viva con ellos. No hay forma, te acompaño hasta el cementerio pero no entro, me voy volando como la mariposa que siempre fui. Ya acompañé suficiente y hasta levanté la tierra de las lápidas. Hoy me quedo del lado de los vivos.
Mi cementerio es el lugar donde llevo las palabras, los pensamientos y las emociones que fueron dichas y caducaron. Nada tiene que ver con el lugar físico que muchos abrazan con la esperanza así de reencontrarse, como si se tratase de una prologanción de la existencia del ser que partió.
El cementerio no tiene razón de ser más que ser un lugar donde la suma siempre da cero.
Me aburre, me aburre el cementerio y me aburre la idea de la muerte como se la conoce desde que entendí lo que realmente es morir. Me interesan los vivos, cultivar mis vínculos con los que estamos acá, tratando día a día de ser mejores personas.
Creo que pagué mis deudas ya. Por eso en vez de temerle a la sudestada, lo siento como agua fresca que golpea mi ventana mientras sigo en la calma de mi hogar, pensando y disfrutando el silencio.
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Las palabras nunca son inocentes