23 sept 2019

Acariciar lo Eterno


Domingo, exactamente dos meses después. Vuelvo a la energía que tenía antes de que se abriera la puerta del pasado y con ello la puerta negra, literal, de su Fluence.

Su auto era blanco, de industria japonesa. Ya no existe más. Se lo consumieron las llamas, literalmente también. Aunque la intencionalidad de este acto fuese diametralmente opuesta a lo que voy a narrar.

Aquella noche de abril los dos provocamos en el interior tapizado de cuero, llamas mucho más altas que en el mismísimo infierno. Si por infierno entendemos el paraíso rodeado de lenguas de fuego pasión.

No podíamos llegar a destino, no sabemos aún cómo llegamos a destino. Paramos en cada semáforo a besarnos como si fuera la última vez. Yo, su GPS manual, estaba por primera vez en mi vida fuera de servicio. Tenía mi boca posesa sobre su boca, mis brazos alrededor de su cuello y mis ojos cerrados sobre los suyos. No entiendo aún cómo pudo poner los cambios y doblar las veces que tuvo que hacerlo. Siento que llegamos flotando. Él siente parecido cuando lo repasa mentalmente.

Recuerdo cuando se abrieron las puertas del ascensor, entramos serios y formales como si estuviésemos entrando a una reunión de Junta Directiva. Yo con mi cartera de mano a juego con mis zapatos de taco alto, él elegante y fino como el caballero que es. Tuvimos suerte que sólo fueran 2 pisos, porque el rebotar contra las paredes de ese elevador podría haber producido una catástrofe. Las sorteamos todas. Mi cartera entró sola a la habitación. Esa noche, en todo, la fortuna estuvo de nuestro lado.

Abrió la puerta conmigo apoyada sobre ésta luego de maniobrar al aire para dar con la cerradura, sin despegar sus labios de los míos, sin despegarse de mí. Ambos cuerpos eran una lima de hierro y un imán. No podían separarnos ni aún si vinieran con fuerzas de choque. Así abrió la puerta, así entramos juntos. Así seguimos toda la noche.



Había dado con un lugar que realmente estaba a la altura de mis expectativas, las mismas que las suyas que son altas. Me sentí cómoda, a gusto, desde el segundo cero con él, una sensación que pocas veces experimento. Se sentía natural estar juntos. No era algo nuevo, yo ya había estado con él porque de otra forma no se explica que no me frenera la razón, que no me parara a pensar qué estaba haciendo, que no me parara a pensar qué iba a hacer mañana con todo esto.

Todo lo que sobrevino después forma parte de un racconto que me pone la piel de gallina recordar. Cada detalle que tuvo, cada sensación que me provocó, cada mirada que me dio, cada frase que me dijo. El abrazo primero que me dio... en la puerta de mi casa


Cuando le conté a una amiga parte de lo vivido, recuerdo que le dije: "No sentí cosquilleo en la panza, ni que se me doblaran las piernas, ¿medio raro no?", "¿Qué sentiste?" me preguntó. "Paz, cuando me abrazó por primera vez lo que sentí fue una INMENSA PAZ", "Ahí está (mi nombre) eso te indica que es tu alma complementaria, si te hubiese dado cosquillas en el estómago, no sería ÉL". No voy a olvidar jamás  el primer abrazo que me dio, porque ése fue nuestro primer acercamiento físico. Él me había estado hablando que al verme me iba a abrazar, me estuvo preparando mentalmente para ese momento, un gran acierto, una gran jugada maestra que habla de su inteligencia. Sabe o mejor dicho supo con sólo verme 1 vez que soy arisca (como él me llama). No porque no me guste, sino porque soy muy reservada, que guardo las distancias. Sabe que no soy dada de buenas a primeras al contacto físico, así sea me tomen la mano o me quieran dar un inocente beso, menos con una persona en su condición. Sabe que a cualquier ser humano le pongo límites instantáneamente, por eso me dijo tiempo después que fue difícil llegarme, porque tuvo que trabajar para convencerme. Ahora entiendo que era verdad.


Se bajó del auto y luego de reprocharme que si él no me hubiese escrito, ésto jamas hubiese sucedido, me abrazó. Cauteloso para ver mi reacción, con toda el alma cuando correspondí. Y recuerdo exactamente como si fuese ayer la sensación dentro mío, apenas sentí su contacto físico con mi cuerpo, al tocarme lejos de incomodarme me hizo feliz. Luego de ese abrazo, alcé mi cara y me dio el primer beso. Y desde ahí ya no pudimos dejar de besarnos como dos locos desesperados. Se sentía increíble.
Temblar, suelo/solía temblar con el hombre del auto negro... esta vez no temblé, entiendo porque el espíritu me indicaba que estaba en un lugar de remanso, que había llegado a la orilla, a un lugar donde me costó llegar pero que es para mí. Un lugar donde no hay peligro. Donde no tengo que correr. Donde puedo respirar en PAZ.

Esa noche dormí, hacía mucho que no dormía. Él miró el techo, no pudo dormir. Dijo que mil cosas le pasaban por la mente. Cuando me desperté, lo estaba abrazando. Otra señal inequívoca mía de que algo diferente a todas las otras experiencias estaba viviendo porque no es usual en mí. Tosí, apagó inmediatamente el aire acondicionado y cuando lo quise besar, se levantó de la cama y se fue al baño a cepillarse los dientes. Me causó mucha gracia esta actitud. Me pareció adorable, aunque innecesario. Lo iba a besar igual. Tranquilamente volvió a la cama, se acostó, se giró hacia mí y me besó para decirme: "Buenos días mi amor".

Antes del desayuno, tuvimos nuestra primera charla seria. Me dijo que lo enamoraba cómo yo "me le paraba de manos". Que NADIE lo hacía con él y que a mí parecía importarme dos cuernos su función en la sociedad. No se equivocaba, no me interesa. Me importa él. Como hombre. Todo lo demás es accesorio y si me enojo, puedo llegar a ser peor.

Me dio vuelta como una media. Me preguntó si yo era así o si realmente había sufrido mucho en mi infancia y si mis reacciones, mis respuestas (para ser exacta) eran producto de un mecanismo de defensa que había desarrollado con el tiempo. Me di cuenta que este hombre no era un hombre, era  un ser absoluta y completamente excepcional. No es la primera vez que estaba con uno, pero sí que EN UNA PRIMERA VEZ de vernos, de compartir, logra descolocarme sin haberle dado ninguna pista y sin haber abierto la boca. Salí 5 años con alguien que en vez de apaciguarme, blandía un bidón de nafta mientras lo echaba completo con una cerilla en la mano. Y éste sí que conocía todo (o casi todo ahora) de mí.

Me dejó muda. Nos sentamos en la mesa de café y conversamos. Puse mis dos piernas sobre su regazo. No entendí a qué venía tanta ternura repentina pero me provocó la necesidad de hacerlo. Me acarició mientras le contaba cómo vine al mundo y sólo abrió su hermosa boca para decirme con asombro y encanto que mis piernas le parecían increíblemente suaves.

Fuimos a almorzar y fue la primera vez que lo hacíamos. "Dejá tu celular acá", le pedí. Ahora conociéndolo me doy cuenta que fue la prueba de amor más grande que me dío entre tantas otras. Por su trabajo no se despega de éste. Lo dejó. "No se va a incendiar la ciudad en un par de horas". "Tenés razón" me dijo, y lo dejó. Yo también lo dejé. Y bajamos a almorzar.

Comer con él fue nuevamente un acto totalmente cotidiano. Pero lo más sobrenatural de todo fue los temas que hablamos. Hablamos de qué pensamos sobre un posible casamiento, hablamos de qué pensamos sobre tener hijos, habló de la posibilidad de alquilar algo permanente, hablamos en menos de 13 horas de estar -por vez primera a solas- de un proyecto de vida juntos. Me aclaró sutilmente que no viviría en esta ciudad y todo, o casi TODO, quedó claro desde el primer bocado y muchísimo antes del postre.

Para mi esto era la puerta del Paraíso. ¡Qué digo! ¿qué puertas? fue estar sentada en el pleno del jardín eterno de la Vida.

Su roce a mis espaldas cuando subimos y me puse a ordenar (mis pensamientos), su perfume (el que compra "de a cajas" porque lo usa como agua), su neceser masculino en el baño, sofisticado y super completo que jamás le había visto a un hombre, su camisa colgada, su remera celeste de vóley, su mirada transparente, su lunar en la mejilla izquierda, sus manos con pecas.

Mi color que le gusta tanto, la textura de mi vestido al contacto con sus dedos, el sentir que estaba en una escena de película, el no poder dormir porque no podía creer lo que estaba viviendo, mis silencios que lo vuelven loco sentada en la punta de la cama mientras pienso en la respuesta a su pregunta, mi escenita de damisela ofuscada porque me dejó sola unos minutos para ir a una reunión real... Su "ponele" risueño  y juvenil y sus chicles de menta, mi sandalias de flores de seda y mi saco azul.


Acariciamos lo Eterno y lo supimos. Es un cuadro perfecto que vive para los dos. Ese cuadro es la puerta secreta por la que vamos a entrar de la mano para vivir allí, en nuestra inquebrantable y propia sintonía,

toda la vida.

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