7 jul 2019

Frenar

El jueves 3/07 después de mucho tiempo apareció. Miró hacia adentro, buscándome y mientras yo hablaba por teléfono, lo saludé con la mano. Me volvió a mirar, no se porqué y le sonreí con toda mi cara. Es el único ser humano que cuando le sonrío, se sorprende y apura el paso. Miró de nuevo para chequear si había visto bien. ¡Si, viste bien, te sonreí ! No termino de entender si es que es por timidez o porque no le he sonreído lo suficiente en nuestra vida juntos como para que se de cuenta que cuando quiero, es normal la sonrisa en mí.

Al día siguiente fue a trabajar temprano, llegó 9.15 am yo ya estaba en mi oficina desde hacía 55 minutos. La vida hizo que nos topásemos cuando yo abrazaba a su jefa. Se que le llamó la atención esta actitud porque sabe que no soy afectuosa en público y porque me dio un beso al saludarme. Algo que no acostumbra.

Yo seguí mi jornada normal y a las 15.40 pm subió. Supe al verlo por sus movimientos que lo hizo para verme. Lo se porque luego de tantos años, nos conocemos hasta en la forma de mover el cuerpo cuando queremos algo. No se anima a venir a mi oficina directamente, sólo llega hasta pasar frente a mi ventana, mirar y saludar y eso es lo máximo que puede hacer. Me deja el resto a mí. Y yo que comprendo en silencio esta danza, procedo. Porque siempre lo digo, yo no soy de las palabras, soy de la acción.

Las palabras quedan acá y eso es lo máximo que yo puedo hacer.

Nos miramos, le sonreí de costado y lo supe: me estaba hablando otra vez con la mirada. Me estaba llamando sin hablar pero no puedo reaccionar como antes, corriendo detrás de él, lo dejé irse. Lo vi bajar las escaleras y meterse en su recinto cuando finalmente no me pude contener. Salí de mi oficina y lo llamé por su apellido en voz alta, aún cuando ya se había ido...

VOLVIÓ y me miró en silencio (me gusta tanto esta costumbre que tiene) yo bajé a buscarlo. Le pregunté algo de su trabajo que necesitaba saber y empezamos a hablar que en realidad es una mezcla de charla interesante e indirectas. Esta vez no lo pude evitar, lo toqué. Todas las veces anteriores que nos hemos encontrado había sido él quien lo hacía y yo no respondía. Esta vez no lo pude evitar, busqué todas las excusas que encontré para tocarlo. Tenía necesidad física de él, desde la mañana que me dio un beso y al tomarme del hombro y acercar su cuerpo al mío  me trasmitió todo su calor. Me quedó la sensación confortable de su temperatura. Hacía muchísimo tiempo que no sentía su calor, tan masculino, tan personal. Tan propio de él. Dicen que el amor es químico, también lo es físico. Y creo que esto hace que uno (yo) no pueda evitar la atracción que él me genera cara a cara. Es tan fuerte como la gravedad que nos mantiene sujetos al suelo. Lo supe, lo sabía y lo se, negarlo es mentirme y mentirle.

Me puede... su presencia despierta algo adentro muy íntimo, no tengo explicación mayor que ésta.
Y así en parte producto de la causalidad, en parte producto de un acuerdo telepático que hicimos previo, nos encontramos a la salida sin haber abierto la boca.
Él pasó con su auto mientras yo me iba, pasó de largo, me vio y cuando pensé que se iba a ir, me sorprendió él esta vez con su reacción. La pensó, frenó, retrocedió y VOLVIÓ.
Me preguntó si me estaba escapando del trabajo, le respondí que no y no se cómo, porque es un hombre excesivamente celoso de su intimidad, en segundos terminé con él arriba de su auto rumbo a comprarme unos auriculares que vi por Mercado Libre con dirección incierta.

En un mundo cuántico, todo esto es normal. En el nuestro, con el dolar bajando y el índice riesgo país sostenido... es sencillamente

un milagro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Las palabras nunca son inocentes