Volví y él también. Subió las escaleras, pasó delante de mi ventana y antes que llegara a bajarlas, salí de mi oficina y le grité: "Ñoqui" y seguí caminado con la excusa de ir al baño.
No se porqué ni de donde saqué ese repentino infantilismo.
Él respondió, por supuesto. Porque para la guerra está preparado. Yo le espeté nuevamente: "Ñoqui". Y le di las espaldas sintiéndome una nena de 8 años.
Pero sorpresivamente a las 2 horas volvió a subir, y ahí me di cuenta que no era casualidad, y tampoco lo eran las dos veces anteriores.
Yo salía a recibir a una amiga, y lo ví acercarse a mí por el rabillo del ojo, me hice la preocupada que miraba el celular y resoplaba y él obró en consecuencia:
- "¿Qué te pasa?" me preguntó con voz de novio. Segunda vez en tres años que me lo pregunta.
- Silencio de mi parte y contra pregunta (típica mía) "¡Qué raro vos acá!, ¿no te tendrías que haber ido ya?", claro que sí, eran las 17.11 hs. de un día viernes... parece que mi ofensa le hizo eco.
- "Si, en un ratito", dijo sin amagar a irse.
yo no supe cómo seguirla porque la verdad es que verlo parado firme frente a mí para hablar, me desconcertaba. Dije la primera cosa que me vino a la mente:
- "¿No tenés frío así? (vi en mi mente el emoji de la minita que se tapa la cara)
- "¿Así cómo?"
- "Hace un frío bárbaro y vos estás en remera", no podía creer lo que salía de mi boca. Un completo sin sentido, un diálogo que no llevaba a ningún lado.
- ¿Qué día es hoy? le pregunté para buscar mi app del clima y ver los grados que hacía, se dio cuenta y me dijo que no importaba el día que fuera. Estaba nerviosa y con suerte, no lo notó pero no ando de suerte últimamente.
No se qué me dijo porque apareció mi amiga, e interrumpió la charla de los dos. Él tuvo una reacción que yo no hubiese anticipado, la recibió con un gesto sumamente antipático, descortés y muy auténtico. Le molestó que nos interrumpiera, y por primera vez desde que lo conozco, lo noté.
No dejaron que siguiera hablándome y vaya que si tenía algún plan, se lo echaron a perder.
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Las palabras nunca son inocentes