19 nov 2018

La escalera

Llegué e intenté estar lo más normal posible. Traté de no buscarlo con la mirada, y aún si lo hubiese buscado sabía que no estaba porque si hay algo que se nota en un recinto, es su presencia.


La gente iba y venía, había una sensación de celebración y júbilo en el aire que flotaba de persona en persona como una pelota de colores que rebota sin dirección. Yo no estaba tan entusiasmada. Quizás porque a la única persona que quería ver no la iba a poder ver como necesitaba. Quizás porque esta seriedad innata me lleva a expresar lo mínimo ante la incertidumbre.

400 pares de ojos de testigos no es un nunca una buena idea cuando uno intenta ser reservado.

Me fui al baño, me tomé mi tiempo y al salir me sumé a esa fila escolar que caminaba hacia el lugar donde antes estaba sentada y ahí lo sentí... Casi como si nos hubiésemos puesto de acuerdo mentalmente los dos coincidimos en el minuto exacto en que salí del baño y él entró al salón. Como si estuviésemos guionados salí del baño y se sumó detrás de mí. Exactamente a mis espaldas, como siempre me dice que está.

No me animé a darme la vuelta y verlo de frente. No pude. Supe que era él, no había una sola duda, lo sentí porque el cuerpo me lo dijo. Pero seguí caminando. No sabía cómo podía reaccionar al verlo de frente, no manejo muy bien mis emociones frente suyo. Hago cosas que no son propias mías, hago cosas que me dejan en una evidencia peligrosa. Hago cosas que hacen las personas cuando se sienten felices pero que a mí aún me resultan extrañas.

Caminé y me detuve al costado de la escalera. Él la subió. Subió los escalones que lo llevaban hasta la cima donde estaban todos, esperándolo. Llegó hasta la mitad de la escalera e iba a continuar, pero me vio.

Quedó detenido en la mitad... con la mano izquierda aún apoyada sobre la baranda y me nombró en voz alta pese a que lo estaba mirando y no hacía falta llamara mi atención.

Me nombró con sorpresa aunque sabía que iba a estar allí, me nombró con emoción en su voz, porque si hay algo que este hombre no deja de hacer es pronunciar mi nombre y apellido. Como si estuviera invocando a los dioses del Atalaya. Pronunció mi nombre con los ojos abiertos y destellantes como aquella vez. Me miraba desde allí como quien observa el fuego por primera vez, me trasmitió nuevamente esa fascinación que tanto me cuesta a veces entenderle que siente por mí.

Yo debo haber reaccionado con mi cautela habitual porque casi pidiéndome permiso me avisó que estaba bajando para "saludarme". Yo no respondí verbalmente pero tampoco me moví de mi lugar. Estaba anclada a la tierra. Inmóvil. Bajó y cuando estuvimos frente a frente luego de un beso que no supo a nada, quedamos de pie uno frente al otro y se dibujó ese cuadro que protagonizan las almas cuando sienten mucho y hablan poco: no podíamos dejar de mirarnos a los ojos sin hablar. Nos hablamos y nos dijimos TODO con la mirada. Fueron sólo 5 segundos (oficiales) pero bastaron, porque otra vez como esa primera vez, me llegaron todos sus pensamientos y sensaciones a través de sus ojos que no paraban de moverse al verme....

Finalmente rompió el silencio y le puso sonoridad a  nuestra mirada. No era un cuadro íntimo. Cualquiera que nos mirara iba a poder notar lo inusual de la situación: dos personas paradas una enfrente a la otra, mirándose en un completo silencio. Muy elocuente dado el contexto.

Me preguntó cómo me estaban tratando, con seguridad respondí: "Muy bien", pero no agregué más. Debe ser el único hombre sobre la faz de la tierra que me conoce tan callada. Pero todo lo que quería decir, no era eso, ni era ahí. Quería apretar el botón de "detener el tiempo" y observarlo así, sin más apuros que la misma vida. Sin otro deseo que escucharlo y verlo, en ese instante, sin importar nada.

Pero los ritmos son otros y no los manejo yo, casi en un frenesí y nuevamente como si fuera un guión todos los seres humanos posibles que encontraron en el camino volvieron a escena y nos vinieron a interrumpir.

Él me habló por encima de ese grupo humano que lo rodeaba y como si fuese un tumulto de personas que están por abordar un barco, me preguntó si me iba a quedar, para hablar después que todo pasara. No hallé las palabras correctas para expresarme cuando se lo llevaron.

Subió la escalera, como quien sube a un tren o a un barco y dándose la vuelta me miró y me dijo: 
"Te busco".







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Las palabras nunca son inocentes