5 dic 2018

Libre


Amo la libertad. Nada se compara con la sensación que me da conducir mi propia vida al ritmo que yo quiero, de la manera que yo quiero, cuando quiero y cuando no quiero, sobre todo.

Me di cuenta lejos de casa, una noche fría de viernes que aunque a veces me gusta compartir momentos, no me gusta estar atada a nada, ni a nadie. No se si es que me di cuenta o lo hice consciente. Es mi gran verdad. No es miedo, es que no estoy acostumbrada a depender de nadie. Si lo hice alguna vez habrá quedado en mi ser un sabor agridulce porque con sólo pensar en depender de alguien/algo otra vez, me da escalofríos.

Por eso cuando cenaba en el hotel, sola como siempre, no me extrañó que mi celular no vibrara con su llamada.

Tampoco me generó nada cuando escuché su audio de Whatsapp diciéndome: "Te quiero mucho". No me supo a nada. No sentí nada. Creo que lo arruinó en el momento en que me llamó "incondicional". No me gustó. Automáticamente me frenó el pulso. Lo volví a escuchar. Si, me había llamado "incondicional", y que "estaba bueno que lo fuera" y que esperaba no se qué de los dos y el destino. Me puso de muy mal humor.

"Incondicional", no sólo me sonó a la canción melosa de Luis Miguel, sino que fue peor a un insulto. Hubiese preferido que utilizara otro calificativo, en su lugar  usó uno que me provocó una profunda incomodidad. Más que incomodidad, una profunda irritación. ¿Qué es ser incondicional?, ¿qué entiende él por incondicionalidad?, ¿qué espera de esa incondicionalidad que me atribuye? ¿el soportarlo todo?, ¿darlo todo por el otro sin reciprocidad manifiesta?. ¿superar los interrogantes sin respuestas?. No se, no se qué significa ser incondicional. Pero no me gustó. Tuve el impulso de contestarle, de escribirle que no soy incondicional de nadie, sólo de mí misma. Pero puesto así en palabras sonaba radical, infantil y de un violento feminismo y no era la esencia de lo que quería trasmitirle.Y así me quedé pensando y masticando y no le dije nada ni por escrito, ni por mensaje de voz. Lo llamé directamente. Porque así soy, sin vueltas. 

Me fui a dormir fastidiada y como ocurre siempre que me voy a dormir con cosas en la cabeza, me desperté a las 6 am totalmente consciente de mi malestar y ahí entre dormida, le escribí. Y lo solté.

El viaje de regreso la siguiente madrugada fue raro. Me vencía el sueño en mi asiento 72, el mismo que usé la primera vez que viajé, pero me mantuve despierta mirando la luna llena de Géminis a través del vidrio. Kilómetro tras kilómetros fui tirando algún dato, algún recuerdo, alguna foto, alguna canción, alguna fecha, alguna palabra, algún Te Extraño. Lo tiré. Sin culpas. Y no sólo me sentí más liviana, me sentí libre otra vez.

Supe que tengo mucho todavía que aprender de él y de mí, fundamentalmente, y el primer paso ya lo dí. Tirar lo pesado, asumir la libertad total y plena.

Me sentí bien, el mal humor se fue.




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Las palabras nunca son inocentes