4 oct 2018

La parábola del sembrador

5 meses me llevó entender lo que había vivido.
150 días me llevó asimilar todas esas emociones que me fueron entregadas sin esperar nada de mí a cambio y que sin embargo era la puerta por la cual se contenía todo lo que más miedo me da(ba) en la vida.


Tu nombre entró en mi vida como todo lo que tiende a ser inolvidable, de la nada. De un día para el otro, de un momento a otro, sin preludios, sin presentaciones formales, sin histrionismo, pero paradójicamente, con toda la luz que jamás antes había conocido. LUZ y esa avalancha de sensaciones y sentimientos que yo no acostumbraba pero que vos manejás a la perfección.

No tengo idea cómo lo lograste, pero pudiste.
NO tengo idea aún cómo me podés conocer así. La intensa siempre fui yo pero vos viniste a mostrarme lo que es la verdadera INTENSIDAD.

Y marcaste límites con la dulzura de un algodón de azúcar, y me llenaste mi formal mundo, de magia, de risa y de frases dignas de sacarle fotos y colgarlas en la pared de casa...

Recuerdo tus ojos cuando te presentaste a mí, cuando viniste DIRECTO hacia mí, esquivando sillas, gente, todo lo que estuviera por delante y cuando finalmente estábamos frente a frente me dijiste "Gracias" y sin ningún tipo de reparo: "No podía dejar de mirarte" y un jocoso y conveniente: "tenía miedo que me retaras". Recuerdo haberte empezado a prestar mucha atención cuando te referiste a la parábola del sembrador, recuerdo haber pensado que jamás había escuchado hablar a un hombre así, con esa pasión que desborda el alma, con esa alma que trasciende el cuerpo. Recuerdo haberte escuchado con atención (no lo hago nunca, creéme) desde ese momento hasta hoy. Recuerdo que te giraste frente a todos para incluirme en tus palabras, no una, varias veces, y no recordabas mi nombre pero no podías dejar de hacerlo: girar para verme a los ojos e incluirme en tus palabras, sin dejar nunca de mirarme. Recuerdo horas luego verme rodeada de gente que me hablaba sin cesar y sentir mi mente y mi interior en completo silencio y desconcierto, porque sabia que lo que había vivido no era algo normal. 

Irrumpiste de todas las maneras posibles, con la seguridad de un Rey Emperador de una tierra lejana. Me hablaste con la franqueza, espontaneidad y el valor que sólo los Caballeros reúnen para sincerar sus más íntimos sentimientos. Sin miedo, sin redes, sin manual (como vos decís), auténtico y real.
Y mi reacción fue totalmente la opuesta y contraria a la actitud de vida que tengo todos los días, me escondí, como cuando sonaban en la disco los lentos en mi adolescencia y me iba al baño de mujeres. Me escondí porque nunca fui buena para eso pero vos no sólo lo entendiste sino que sin ofenderte me dijiste claro y directo que sabías lo que estaba haciendo y porqué lo hacía. Me desarmaste. 

No me quedó otra opción más que abrirte, un poco, la puerta.

Y entró TODO EL SOL imaginable. Se iluminó la noche, se hizo más brillante el día. Se llenó de música la casa. Literalmente hablando.

Hacía 739 largos días que no dejaba a nadie acercarse siquiera a mirar por el marco de la ventana, y vos lograste con paciencia y el poder de tu palabra entrar con ambos pies a mi mundo y me enseñaste que estoy a salvo, que no tengo que seguir sobreviviendo, y me demostraste que es posible ser feliz de a dos. Que esto que me desborda es para compartirlo y no para callarlo.

Una  noche sin dormir, mirando el techo pasaste. Pagaría lo que no tengo para saber lo que pensabas. Una mujer con un horizonte propio, una mujer que como decís vos "se te planta" (cual juego de palabras) una mujer que según vos "te dio vuelta tu mundo y marcó un antes y un después en tu vida". Y esa mujer soy yo.

Pero como decía: 5 meses, 150 días me llevó darme cuenta que dentro mío había germinado una semilla (una o un millón) y como el gran sembrador que sos, tus palabras hicieron eco en mi corazón, crecieron raíces, surgió a la superficie y acá estoy.
Era verdad lo que me dijiste a modo de chiste ayer... Sos sin lugar a dudas un hombre que deja huella, lo que no dimensionaste es el porqué y eso es porque sos el mejor SEMBRADOR DE MILAGROS de todos los tiempos, y cuando labrás la tierra, nadie mejor que vos sabe que dejás la huella del camino surcado detrás.
A vos, mi sembrador de ilusiones... sobreviviremos a  todas las inclemencias del tiempo para vivir de acá en más y caminar ese sendero, de a dos por el fin de los tiempos.

AMEN, 
Así, sin acento en la E. 

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Las palabras nunca son inocentes