6 mar 2013

No corras

"No corras", me dijo en la fiesta de bodas de mi amiga, lejos de la ciudad, sobre calles de tierra, de árboles y de manzanas que crecen hasta dentro de los jarrones. No estaba literalmente corriendo, pero hacía referencia a que no me apurara, no puedo recordar porqué me lo dijo, pero si recuerdo lo que yo estaba pensando cuándo me lo dijo.

Ahora que lo veo escrito me doy cuenta que suele darme muchas directivas. A veces lo escucho y respondo, a veces cuando me molesta lo que dice, no le hago caso. Pero ésta en particular me llamó la atención.
Lo miré, estaba a mi lado, sentado en la mesa de invitados de la cual casi no participábamos. Aquella burbuja de intimidad que solíamos proyectar  había vuelto. Le sonreí, acerqué mis labios y le dije en voz baja al oído: "Es un muy buen consejo". Seguramente no entendió porqué dije eso, pero lo que estaba pensando era exactamente eso: correr, y no en dirección a sus brazos.

No lo iba a hacer esa noche, tal vez no la siguiente, pero mientras él sentado a mi lado me conversaba, me preguntaba si prefería beber Sprite o vino tinto, si deseaba comer algo más, mientras me tocaba la pierna y pasaba el brazo por el respaldar de mi silla, yo pensaba que estábamos locos.
No podíamos estar dando ese aspecto de pareja perfecta. 

No era este el hombre que yo escuché durante la semana, ni con el que hablé. Sin embargo yo era la misma mujer. Solo con un vestido color marfil  largo hasta los pies, el pelo suelto y un look griego. Por lo demás, era la misma. Pero él no. 

Y por casi vez primera cedí al impulso de decirle en el momento -exactamente- lo estaba pensando:

"¿Por qué no sos siempre así?", le dije mirándolo a los ojos.  


"Vos no sos vos hoy, ¿a dónde está? (dije teatralizando mirando para ambos lados), está bien, por mí lo podés dejar ir tranquilo, me quedo con este hombre que desconozco"

La vuelta de ese particular ambiente íntimo entre los dos -generador de distancia en el resto que creen que interrumpen- había traído nuevamente lo mejor de él.
Había dejado en la ciudad su gesto adusto y estaba riendo espontáneamente de nuevo. Sus expresiones se habían suavizado, sus enormes pupilas chocolate brillaban de nuevo y su humor gracioso había vuelto, me estaba haciendo reír a montones. Su ternura protectora había vuelto también, no dejaba que nada ni nadie me rozara, por esa razón me llevó de la mano a través del salón todas y cada una de las veces en las que me paré, por esa razón me abrazó con todo su cuerpo cuando el tumulto de gente eufórica se nos acercaba saltando. Es por eso que me hizo entrar a la Iglesia de la mano a través de ese corredor de gente que nos miraban curiosos mientras esperaban a la novia oficial (por eso y para que no me caiga con aquellos tacos que llevaba), por eso aferró tanto mi cintura contra su cuerpo en la Iglesia, por esa razón.... Y yo pensaba...

Pensaba cuán  fácil es salir corriendo en dirección a sus protectores brazos.

O no correr, por primera vez y esperar...