13 may 2012

La remera de Pearl Jam

Destestaba esa remera desde que lo había visto usándola en una vieja foto en la que posaba con su ex.
Era una foto de mierda, ni siquiera estaban abrazados. Pero odió la remera. Le generó un vacío en el estómago insoportable. Una punzada que él pensó que no pasaría de los dos días.

Ni siquiera era la foto, ni siquiera la cara de pajera de la mina que sonreía con desgano y que invitaba a quien la contemplara a emprender enérgicamente una cruzada para patearle el culo. Un derroche de órganos, oxígeno y vida.

No le molestaba que la foto no reflejara sus conversaciones, su intimidad, o el qué pasó luego de la foto, donde fueron y qué hicieron. Le molestaba esa remera. Le generaba furia.
La remera una vez fue de color negro, con letras rojas, y un bicho histérico con manos y pies blancos. Ni se molestó en buscar a qué tapa de disco hacía referencia ese logo. ODIABA la remera.
Le mostraba algo que no le gustaba de él. Se lo escupía en la cara. Le mostraba el dedo medio en alto.

La remera, ahora desgastada, ya no era negra. Ahora convertida en una tela de un negro lavado, roído, era para ella una postal de la decadencia, un souvenir de una fiesta a la que nunca hubiese deseado que él fuera, eso era para ella. 

Odiaba la remera [profundamente] pero hacia él sus sentimientos eran inversamente proporcionales.
Por eso no le dijo nada cuando dormido, se sentó a la mesa a desayunar.
No le dijo nada cuando se dió vuelta para saludarlo y lo vio usando esa remera que había logrado sacar del fondo del placard (que con tanto esmero ella había doblado y guardado en el fondo, como todo)

No le preguntó: "por qué trajiste a la mesa a esta pesona que desconozco?", aunque el corazón se lo gritaba.

Entendió que para él la remera tenía valor, tenía significado emocional. Y no podía hacer nada con eso. Nunca iba a poder hacer nada con eso. La foto siempre iba a estar.

Y allí, en ese justo momento, parada a mitad de camino y con la leche en la mano, entendió que ese era él: la continuidad del loco de la remera de Pearl Jam y del hombre que hoy usa camisas.

No había nada que pudiera contestar a la pregunta que él le hacía, no lo podía expresar con palabras...

y no dijo nada.

Trajo las tazas, se sentó, se serenó y le sonrió mucho, no podía siquiera intentar hablar de todo lo que la lastimaba su remera negra,


                                                                                      de sonrisa desganada, de Pearl Jam.